Reseña libro
Una niña como Dios no manda
Natalia García Freire
Número revista:
8
No puedo escribir sobre Érase un río de Bonnie Jo Campbell sin pensar en Grace Paley, una de esas autoras que ya lo dijo todo y lo dijo tan bien.
Dice Paley, en el prólogo de sus Cuentos completos, que, como niño que ella había sido, en el sentido de que muchas niñas al leer Tom Sawyer sienten que han descubierto la verdadera parte masculina de su yo, muy pronto se preguntó si lo que escribía era serio o importante.
¿No nos hemos preguntado eso todas?
Yo también fui niño, como Grace Paley. También descubrí en Tom Sawyer todo lo que quería ser y no era, todo lo que quería contar y no había vivido, ni viviría. También quise tener grandes aventuras por el Mississippi, fingir mi muerte, asistir a mi funeral, ser un gañán, un malcriado, meterme en problemas, no tener miedo a andar solo por ahí, no tener miedo a nada.
Por entonces no lo sabía, pero hubiese dado mi brazo derecho, y el izquierdo también, por conocer a Margo Crane, la protagonista de Érase un río; por dejar el Mississippi e ir con ella por el Stark y el Kalamazoo y decirle a Tom Sawyer que me había dado mucho gusto conocerlo, pero que ya estaba bien de tonterías serias e importantes, que lo que yo en verdad quería era ser una niña como Dios no manda: una niña como Margo Crane.
Érase un río cuenta la historia de esta adolescente (16 años) y su odisea a través de las aguas del Stark, afluente imaginario del Kalamazoo. Margo domina el río y la vida alrededor. Bajo su mirada ese río se convierte en algo nuevo, pero no por ello mejor. Porque Margo tampoco es como las princesas de mi infancia que invocaban a los pajarillos y cantaban con los venados en un idilio romanticón con el mundo natural. Margo Crane es una mujer que conoce el bosque, que mira en el entorno natural una extensión de ella misma; algo que el hombre desea, pero no entiende. Jamás camina sin su rifle, casi no habla con nadie, duerme mirando las estrellas, caza para comer y mira en esas muertes un reflejo del resto animal que aún la habita.
La verdadera amenaza que encuentra Margo a orillas del río es el hombre. No los hombres; pero sí lo masculino, lo masculino como característica del ordenamiento del mundo, del entorno, de los espacios en los que crecemos y nos desarrollamos. Es en el encuentro con ese otro, que quiere dominar y poseer, donde la protagonista de esta historia siente en riesgo su libertad, su forma de ser, donde siente confusión e indefensión.
Pero Bonnie Jo Campbell, quizá por su propia experiencia en Michigan y, claro, por su habilidad narrativa, construye un personaje que no podemos reducir a etiquetas. Hay algo de fábula feminista en esta historia, sí, pero no hay ningún momento en el que la autora reduzca la historia, ni los personajes a ideas y esa es una de las cualidades que más nos atraen de Margo; es compleja, es real. Porque Margo Crane no es buena, ni mala, ni puta, ni santa, ni víctima, ni victimaria. Si algo sabe hacer Bonnie Jo Campbell es crear personajes lo suficientemente interesantes como para escapar de cualquier etiqueta. Margo Crane es solamente la hija del río. Margo es el río.
Quizá sea esa una de las cualidades más adictivas de este libro, ese paisaje construido con maestría que logra reflejar al río, sus curvas y meandros, como fronteras vivas de lo rural, lo marginal, lo violento. Si el Mississippi era el río que Tom Sawyer usaba para escapar de los mayores, para rebelarse y construirse solo; el Stark (imaginario) y el Kalamazoo (real) son para Margo Crane el lugar para escapar de la violencia de los hombres, que habita en el seno familiar, pero también en las calles de Michigan, y en los que prometen quererla bien, llámense padres, tíos, novios, etc. Bonnie Jo Campbell logra traer al presente esa figura mítica y literaria del río, convirtiéndola en otra cosa, en algo que trasciende lo bello, lo poético, lo idílico y también lo masculino. Estas no son aventuras serias e importantes, como diría Grace Paley, son las aventuras río arriba, a veces trágicas, a veces románticas, a veces violentas, de una niña que tuvo que huir del único lugar que debía ser seguro: el hogar.
Como Grace Paley, Bonnie Jo Campbell se siente cómoda creando una escritura muy personal, ajena a lo “serio e importante”; sin dejar por eso de recurrir a todo su arsenal literario, mítico, histórico. Como ya nos tiene acostumbradas, Campbell nos cuenta esta historia con una prosa limpia, sencilla, con momentos bellos, pero con mucha atención en lo que sucede; en no interponerse entre nosotras, las lectoras, y lo que ella nos tiene que contar. Se agradece mucho ese don de contadora de historias de Bonnie Jo Campbell en este libro. Yo no pude soltarlo hasta terminarlo, en la madrugada, en un solo día, porque tenía la impresión de que la voz que narraba la historia se podía apagar si yo cerraba las páginas. Bonnie Jo Campbell se oculta hasta desaparecer y nosotras escuchamos la historia, con completa claridad. ¿Se puede pedir algo más? Uno va por esta historia como Margo por el río: hay tensión, hay intensidad, hay erotismo, hay algo de thriller y mucho de novela de aventuras clásica y hay también una naturaleza salvaje que no es telón de fondo, sino símbolo y personaje.
En Érase un río, Bonnie Jo Campbell ha creado a la protagonista con la que muchas soñamos, heroína de ese río mitad imaginario, mitad real, que no emprende aventuras épicas, ni serias, ni importantes y, qué importa, si ella es Margo Crane, la hija del río, una niña como Dios no manda.
Referencias:
Campbell, B. J. (2019). Érase un río. Dirty Works.
Natalia García Freire (Cuenca, Ecuador, 1991)
En 2016 cursó el máster de Narrativa de la Escuela de Escritores de Madrid. Actualmente vive en Ecuador y trabaja como profesora de Escritura Creativa en la Escuela de Escritores de Madrid. Nuestra piel muerta es su primera novela. Tiene un jardín, un gato y escribe.