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Fragmentos de 'Peau d’ame'

Catherine Pozzi

Traducido por Juan Salvador

Número revista:

10

«Armarse de su propia sensualidad.»

(Sta. Catalina de Siena.)



El jardín de Julio se extendía sin límites, ya que los campesinos de este país no levantan muros entre sus viñas, solamente cercos que se han confundido con los pámpanos.


Un espacio de flores dividido por cuatro senderos rectos, en los cuales se podía dar cien pasos, dejaba andar la fantasía por cien hectáreas, con las cepas al aire. Pero a tus pies, las flores de amaranto, demasiado abundantes en cada tallo, redondas como mandarinas, y con un avispón en su centro, enviaban hacia tus rodillas un olor anaranjado; y en tu mano, el color de tu sangre había producido una rosa única, que ahondaba el azul del cielo. Estabas sentado sobre un banco.


Las dalias que mirabas, ya jugaban en el otoño, ya estaban, esta mañana, en el fasto de la noche; ya acompañaban con gritos de júbilo las uvas aún no maduras, como en el canto de las vendimias anteriores.

Repentinamente, oíste los días pasados.


Resonaban en este día, y no en tu memoria; no estaban en tu cuerpo, sino en las cosas, fuera, –en algún lugar, más bien, no sé dónde, entre las cosas y tú–. No era el recuerdo, sino el sentir. Una fisura, una falla del tiempo, abierta más allá de las entrañas de la consciencia, alcanzaba un elemento nuevo, inagotable, una emoción pura, donde instantes como éste quedaban atrapados.


Estoy sintiendo lo que ya he sentido.


Entonces pensaste en la ley de Weber[1].


–¿Qué ley de Weber? Yo no he sentido nada de eso. No estuve ahí.


–¡Ah, tú! ¿Qué importa que haya sido yo? Fue un Yo y la historia es cierta.


…Y, entonces, percibiste el pasado. (Este verbo y esta palabra no se han encontrado nunca.)


Delante de ti estaba efectivamente aquel día, con una fecha precisa, con tu edad; ahí estaban la parra y el abejorro; y, encima del silencio, lleno de cenizas ebrias y doradas, estaba la más alta nube pasando como una melodía de Schumann.


Pero aquel cotidiano terrestre, aquel día de verano, no eran nada: la magia no venía de la superficie, el día de Julio traía consigo más de lo que poseía.


Él no era la nube, ni la viña, ni el ala de oro, ni las flores; y despertaba, nada más, octava en octava, otros cielos, otras flores, otros días multicolores, que le cedían su color. Ellos eran los que te hacían señales a través de un cristal encantado, –ellos los que todo lo teñían. Estoy viendo lo que ya he visto.


¿Qué te sucedió? Hacías trampa, salías del juego, percibías la verdadera materia: los universos sumergidos recubrían este universo. Observabas el revestimiento del pasado sobre todas las cosas, desconocido, transparente como el vidrio y que da, únicamente cuando un corazón lo toca, el sonido que hace decir “¡presente!” de la cabeza a los pies. Un latido de tu corazón hacía que los días sumergidos resonaran; tu corazón era el batiente, los días eran inaccesibles, tu corazón golpeaba el presente y el pasado vibraba. Latido contra latido, hacías temblar tus tesoros.


¿Estás ahí, Universo?


– Sí; me llamo “Ayer”…


En cuanto a la ley de Weber, afirma que una impresión es más intensa si ha sido precedida por impresiones de su tipo y menos intensa si éstas son simultáneas. Lo que sería una banalidad si Fechner no la hubiese utilizado para buscar una ecuación del sentir, que estableció al cabo de 24 576 observaciones, y que es falsa[2].


Aquel día, sin embargo, pensaste en la ley de Weber y en Fechner con ternura, pues estabas a unos centímetros de su secreto del universo.


Sentir, ya no sentir. No se puede sentir si se ha sentido antes. Se siente únicamente lo que ya se ha sentido. ¿Cómo se podría sentir sin haber sentido antes?


¿Es posible sentir?


Solamente un día sería como agua clara, pero con él se ha mezclado el universo perdido: el agua es dulce, o amarga… ¡Hoy! te llamo “Ayer”, y te hablo en verso.



[1] Precursor de la psicología experimental, el alemán Ernst Heinrich Weber (1795-1878) dio origen con sus trabajos a la psicofísica, rama de la psicología que intenta establecer una relación cuantitativa entre un estímulo físico y su percepción. Inspirándose en los estudios de su compatriota, Gustav Theodor Fechner (1801-1887) formuló la “ley de Weber” que describe la relación entre la sensación mental y la amplitud física de un estímulo, considerando que “la sensación varía como el logaritmo de la excitación”.


[2] En su Ensayo sobre los datos inmediatos de la consciencia (1889) el filósofo francés Henri Bergson (1859-1941) pretendió demostrar la invalidez de la ley de Weber.





Extraits de 'Peau d’Âme'


« S’armer de sa propre sensualité. »

(Ste. Catherine de Sienne.)



Le jardin de Juillet s’étendait sans limites, car les paysans de ce pays n’élèvent pas de murs entre leurs vignes, seulement des haies qui sont aux pampres confondues.


Un espace de fleurs divisé par quatre allées droites, de quoi marcher cent pas, laissait marcher la fantaisie sur cent hectares, des ceps au ciel. Mais à vos pieds les passe-velours, trop nombreux par tige, ronds comme des mandarines, un frelon au cœur, envoyaient jusqu’à vos genoux une odeur orange ; et à votre main la couleur de votre sang avait fait une seule rose, et elle approfondissait l’azur. Vous étiez assis sur un banc.


C’était les dahlias que vous regardiez, ils jouaient déjà dans l’automne, ils étaient déjà, ce matin, dans le faste soir ; ils accompagnaient déjà de cris épanouis les raisins qui n’étaient pas mûrs, comme au chant des vendanges passées.


Soudain, vous entendîtes les jours passés.


Ils résonnaient sous ce jour-ci, et non pas dans votre mémoire, ils n’étaient pas en votre corps, mais dans les choses, dehors, – plutôt, ils étaient on ne sait où, entre les choses et vous. Ce n’était pas du souvenir, mais du sentir. Une fissure, une faille de temps, ouverte plus qu’aux entrailles de la conscience, rejoignait un élément nouvel, inépuisable, troublement pur, où des instants passés pareils à celui-ci, étaient pris.


Je sens ce que j’ai déjà senti.


Alors vous avez pensé à la loi de Weber.


–Quelle loi de Weber ? Je n’ai rien éprouvé de cela. Je n’y étais pas.


–Ô vous ! qu’importe que ce fût moi ? c’était un Je et l’histoire est vraie.

… Et alors, vous avez perçu le passé. (Ce verbe et ce mot ne se sont jamais rencontrés.)


Devant vous était bien le jour, qu’une date nommait, qui avait votre âge ; étaient bien la treille et le bourdon ; et au-dessus du silence plein de cendres ivres et dorées, était bien le plus haut nuage passant comme une mélodie de Schumann.


Mais ce terrestre quotidien, ce jour d’été, ce n’était rien, la magie ne venait pas de surface, il contenait plus qu’il n’avait, le jour de Juillet.


Ce n’était pas lui le nuage, pas lui la vigne, l’aile d’or, pas lui ces fleurs ; et il réveillait, rien de plus, d’octave en octave précédente, des autres cieux, des autres fleurs, des autres jours multicolores qui lui cédaient leur couleur. C’étaient eux qui vous faisaient signe à travers un cristal enchanté, – eux qui teignaient tout. Je vois ce que j’ai déjà vu.


Que vous était-il arrivé ? Vous trichiez, vous sortiez du jeu, vous surpreniez la vraie matière : les univers engloutis recouvraient celui-ci. Vous considériez ce revêtement du passé sur toutes choses, qui est transparent comme du verre, qui est inconnu, qui rend seulement, quand un cœur le touche, le son qui fait dire : « présent ! » de la tête aux pieds. Sur un battement de votre cœur les jours engloutis résonnaient ; votre cœur était le battant, les jours étaient inaccessibles, votre cœur frappait le présent et le passé vibrait. Battement de cœur à battement de cœur, vous faisiez trembler vos trésors.


Es-tu là, Univers ?


– Oui ; je me nomme « Hier »…


Quant à la loi de Weber, elle dit qu’une impression est plus intense si elle a été précédée d’impressions de son ordre et moins intense si des impressions de son ordre sont simultanées. Ce qui serait encore une banalité si Fechner ne s’en était servi pour chercher une équation de sentir, qu’au bout de 24 576 observations il établit, et qui est fausse.


Pourtant, ce jour-là, vous avez pensé à Weber et à Fechner avec tendresse, car vous étiez à quelques centimètres de leur secret du monde.


Sentir, plus sentir. L’on sent plus, si l’on a senti. L’on sent ce que l’on a senti. Comment sentirait-on si l’on n’avait jamais senti ?


Sentirait-on ?


Un seul jour serait de l’eau claire, mais en lui l’univers perdu s’est confondu : l’eau est suave, ou bien amère… Aujourd’hui ! je te nomme « Hier », et je te parle en vers.



Catherine Pozzi (París 1882 – ibid. 1934)

Escritora y poeta francesa, frecuentó a los más eminentes artistas y pensadores de la época. Su turbulenta relación con Paul Valéry dio lugar a una suntuosa correspondencia que fue publicada bajo el título de La Flamme et la Cendre (Gallimard, 2006). Su libro póstumo Peau d’âme (1935) sostiene que cada sensación resuena con la suma de impresiones acumuladas en el alma desde el fondo del tiempo.


Juan Salvador Velecela (Cuenca, Ecuador, 1995)

Prepara actualmente una tesis de doctorado sobre la poesía de Léon-Paul Fargue en Sorbonne Université (París, Francia) y es profesor ocasional de literatura en la Universidad de Versailles-Saint-Quentin-en-Yvelines (Francia).

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