top of page
Image-empty-state_edited.jpg

Lo sé, pero no debía

Marina Colasanti

Traducción de Rafael Climent-Espino

Número revista:

8

Sé que nos acostumbramos. Pero no debíamos.


Nos acostumbramos a vivir en apartamentos interiores y a no tener otra vista que no sean las ventanas de alrededor. Y, como no hay vista, nos acostumbramos a no mirar afuera. Y, como no miramos afuera, después nos acostumbramos a no abrir del todo las cortinas. Y, porque no abrimos las cortinas, después nos acostumbramos a encender antes la luz. Y, a medida que nos acostumbramos, olvidamos el sol, olvidamos el aire, olvidamos la amplitud.


Nos acostumbramos a levantarnos sobresaltados por la mañana porque no llegamos. A tomarnos el café corriendo para no atrasarnos. A leer el periódico en el autobús porque no podemos perder el tiempo del viaje. A comer un sándwich porque no hay tiempo de comer. A salir del trabajo porque ya es de noche. A dar una cabezada en el autobús porque estamos cansados. A acostarnos pronto y dormir pesado sin haber vivido el día.


Nos acostumbramos a abrir el periódico y a leer sobre la guerra. Y, aceptando la guerra, aceptamos los muertos y que haya números para los muertos. Y, aceptando los números, aceptamos no creer en las negociaciones de paz. Y, no creyendo en las negociaciones de paz, aceptamos leer todo el día sobre la guerra, sobre los números, sobre la larga duración.


Nos acostumbramos a esperar el día entero y a oír por el teléfono: hoy no puedo ir. A sonreír a las personas sin recibir una sonrisa de vuelta. A ser ignorados cuando necesitábamos tanto ser vistos.


Nos acostumbramos a pagar por todo lo que deseamos y necesitamos. Y a luchar para ganar el dinero con que pagar. Y a ganar menos de lo que necesitamos. Y a hacer cola para pagar. Y a pagar más de lo que las cosas valen. Y a saber que cada vez pagaremos más. Y a buscar más trabajo, para ganar más dinero, para tener con qué pagar en las colas donde se cobra.


Nos acostumbramos a andar por la calle y ver carteles. A abrir las revistas y ver anuncios. A poner la televisión y ver comerciales. A ir al cine y engullir publicidad. A ser incitados, dirigidos, desnortados, lanzados en la interminable catarata de productos.


Nos acostumbramos a la contaminación. A las salas cerradas de aire acondicionado y al olor a tabaco. A la luz artificial de ligero temblor. Al choque que los ojos se llevan en la luz natural. A las bacterias del agua potable. A la contaminación del agua del mar. A la lenta muerte de los ríos. Nos acostumbramos a no oír los pájaros, a no tener gallos en la madrugada, a temer la rabia de los perros, a no coger frutas de los árboles, a no tener ni siquiera una planta.


Nos acostumbramos demasiado a las cosas, para no sufrir. En dosis pequeñas, intentando no darnos cuenta, se va apartando un dolor acá, un resentimiento allí, un enfado allá. Si el cine está lleno, nos sentamos en la primera fila y torcemos un poco el cuello. Si la playa está contaminada, nos mojamos solo los pies y sudamos en el resto del cuerpo. Si el trabajo es muy duro, nos consolamos pensando en el fin de semana. Y si el fin de semana no hay mucho que hacer nos vamos a dormir temprano e incluso nos sentimos satisfechos porque siempre tenemos sueño atrasado.


Nos acostumbramos a no atormentarnos en la aspereza, para conservar la piel. Nos acostumbramos a evitar heridas, sangrías, a esquivar el cuchillo y la bayoneta, a ahorrar el pecho. Nos acostumbramos a ahorrar la vida. Que poco a poco se gasta, y que gastada, de tanto acostumbrarse, se pierde a sí misma.





Eu sei, mas não devia.


Eu sei que a gente se acostuma. Mas não devia.


A gente se acostuma a morar em apartamento de fundos e a não ter outra vista que não seja as janelas ao redor. E, porque não tem vista, logo se acostuma a não olhar para fora. E porque não olha para fora logo se acostuma a não abrir de todo as cortinas. E, porque não abre as cortinas, logo se acostuma acender mais cedo a luz. E, à medida que se acostuma, esquece o sol, esquece o ar, esquece a amplidão.


A gente se acostuma a acordar de manhã sobressaltado porque está na hora. A tomar café correndo porque está atrasado. A ler jornal no ônibus porque não pode perder tempo da viagem. A comer sanduíche porque não dá pra almoçar. A sair do trabalho porque já é noite. A cochilar no ônibus porque está cansado. A deitar cedo e dormir pesado sem ter vivido o dia.


A gente se acostuma a abrir o jornal e a ler sobre a guerra. E, aceitando a guerra, aceita os mortos e que haja número para os mortos. E, aceitando os números, aceita não acreditar nas negociações de paz, aceita ler todo dia da guerra, dos números, da longa duração.


A gente se acostuma a esperar o dia inteiro e ouvir no telefone: hoje não posso ir. A sorrir para as pessoas sem receber um sorriso de volta. A ser ignorado quando precisava tanto ser visto.


A gente se acostuma a pagar por tudo o que deseja e o de que necessita. E a lutar para ganhar o dinheiro com que pagar. E a ganhar menos do que precisa. E a fazer filas para pagar. E a pagar mais do que as coisas valem. E a saber que cada vez pagará mais. E a procurar mais trabalho, para ganhar mais dinheiro, para ter com que pagar nas filas em que se cobra.


A gente se acostuma a andar na rua e a ver cartazes. A abrir as revistas e a ver anúncios. A ligar a televisão e a ver comerciais. A ir ao cinema e engolir publicidade. A ser instigado, conduzido, desnorteado, lançado na infindável catarata dos produtos.


A gente se acostuma à poluição. As salas fechadas de ar condicionado e cheiro de cigarro. À luz artificial de ligeiro tremor. Ao choque que os olhos levam na luz natural. Às bactérias da água potável. À contaminação da água do mar. À lenta morte dos rios. Se acostuma a não ouvir o passarinho, a não ter galo de madrugada, a temer a hidrofobia dos cães, a não colher fruta no pé, a não ter sequer uma planta.


A gente se acostuma a coisas demais para não sofrer. Em doses pequenas, tentando não perceber, vai se afastando uma dor aqui, um ressentimento ali, uma revolta acolá. Se o cinema está cheio a gente senta na primeira fila e torce um pouco o pescoço. Se a praia está contaminada a gente só molha os pés e sua no resto do corpo. Se o trabalho está duro, a gente se consola pensando no fim de semana. E se no fim de semana não há muito o que fazer a gente vai dormir cedo e ainda fica satisfeito porque tem sempre sono atrasado.


A gente se acostuma para não se ralar na aspereza, para preservar a pele. Se acostuma para evitar feridas, sangramentos, para esquivar-se da faca e da baioneta, para poupar o peito. A gente se acostuma para poupar a vida que aos poucos se gasta e, que gasta, de tanto acostumar, se perde de si mesma.



Fuente: Colasanti, Marina. (1996). Eu sei, mas não devia. Rocco, pp. 9-10.




Rafael Climent-Espino, doctor en literatura latinoamericana (Purdue University) y maestría en literatura hispánica (Universidad de Granada), es profesor titular de español y portugués en Baylor University (Texas, EE.UU.). Su investigación se centra en la narrativa latinoamericana de los siglos XX y XXI. Dentro de esa vasta área, trabaja, por una parte, con cuestiones ligadas con la materialidad de la literatura y, por otra, con el papel de la comida en la narrativa latinoamericana. Es autor de Del manuscrito al libro. Materialidad del texto y crítica genética en la narrativa iberoamericana: 1969-1992 (2017), y del más reciente volumen Food, Texts and Cultures in Latin America and Spain (2020).

bottom of page