Cuando Rosana era una niña, tenía predilección por jugar a ser espía. Era en su casa donde la intriga tejía una trama de frases cortadas, de silencios. Una tarde, el teléfono sonó; su padre contestó: preguntaba por la madre de Rosana. Pocos minutos después, salió de su casa. Al anochecer, cuando volvió, entró a la habitación de su hija. Con la puerta cerrada, la madre de Rosana le contó el gran secreto de su vida.
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