Aquí y allá, en los márgenes, en los bordes, un elefante se perfila, quizá una trompa, una extensa oreja, la cima sorprendente de una cabeza, una suavidad que proviene del tiempo y del tacto, como la tierra, como una huella en el suelo del regreso de un elefante que deambula. Kay Ryan nos recuerda en su libro de poemas tesoros demasiado pacientes y hondos para perderse. ¿Quién no ha sido en algún momento abrigado por las rocas, por las rocas elefante?
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