diálogos - entrevistas

La literatura de la pasión
Entrevista a Juan Villoro, por Shubert Silveira
(en español e inglés)
Número revista:
9
Juan Villoro es desde hace varias décadas uno de los escritores latinoamericanos más destacados. Su extensísima obra incluye cuento, novela, teatro, ensayo y crónica. Además ha escrito guiones para programas de radios y películas.
Es licenciado en Sociología y ha traducido del alemán e inglés a autores como Johann Wolfgang Goethe, Georg Christoph Lichtenberg, Arthur Schnitzler, Gregor von Rezzori, Heiner Müller, Truman Capote y Graham Greene.
Siempre interesado por el saber y la pasión, sus obras abordan temas tan diversos como el fútbol, la música, la ciencia, la gastronomía y, por supuesto, la Ciudad de México. Aquello que seduce y exaspera por igual es, tal vez, el punto común que unifica la obra de Villoro.
Entre varias condecoraciones, ha recibido el Premio Vázquez Montalbán por su libro Dios es redondo, un compilado de crónicas en torno al mundo del fútbol, y el premio Herralde por su novela El testigo, la cual narra el regreso a México del protagonista, Julio Valdivieso, quien luego de 24 años en Europa se vuelve el espectador de una sociedad que percibe como lejana y que, al mismo tiempo, no deja de ser la suya.
A fines de 2021 y luego de esta entrevista, Villoro publicó su última libro, La tierra de la gran promesa, una novela ambiciosa que, a través de un juego intertextual con la película de Andrzej Wajda, concentra temas que han estado presentes a lo largo de su obra: México, la violencia y el narcotráfico, el pasado y la memoria, el periodismo y el cine.
En esta entrevista repasamos junto al autor mexicano gran parte de su obra narrativa, sus influencias y su visión sobre la identidad y la cultura mexicana.
Shubert Silveira(SS): Dos de sus pasiones desde la adolescencia han sido el fútbol y el rock. Desde el prejuicio, uno podría pensar que estos elementos estarían presentes en la que fue su primera novela. Sin embargo, esa primera obra narrativa larga, El disparo de argón, aborda el mundo de la ciencia y de la mirada. ¿Cuál fue su interés por ahondar en este mundo?
Juan Villoro (JV): Hay muchos intereses dispersos que, de manera un tanto inconsciente, cristalizan en la escritura de un libro. Por un lado está una vocación truncada, porque yo pensé en la posibilidad de ser médico, era la carrera que tenía en mente junto con la de escritor. No estudié formalmente letras sino sociología, pero lo hice con el fin de dedicarme, en lo fundamental, a la literatura. Pero siempre me quedó el fantasma de esta vocación cancelada. Me interesa mucho la medicina y había pensado en escribir algo sobre eso algún día.
De manera anecdótica, ocurrió que sufrí un accidente en España y fui a dar a la clínica Barraquer. Me sorprendió que toda la ciudad estuviera al tanto de que existía esa clínica, me impresionó mucho el edificio construido al modo de una cripta de los signos en donde lo primero que ve el paciente es el ojo de Osiris, ese jeroglífico egipcio. Luego pasa a un vestíbulo presidido por los signos del zodíaco y así sucesivamente, enfrenta la clínica con distintos emblemas esotéricos para que el paciente tenga un doble sentido de la visión que está en juego: por un lado, la visión en un sentido óptico; por otro, la visión en un sentido trascendente.
Me impresionó mucho ese espacio en donde, por cierto, fui muy bien tratado en una época en la que no tenía dinero ni seguro médico y apenas me cobraron. Varios años después volví a viajar a España, me volví a accidentar de la vista y regresé a la clínica. Lo cual fue una casualidad impresionante.
En el paréntesis transcurrido entre uno y otro accidente, yo había pensado en escribir una historia sobre un oftalmólogo que se está quedando ciego y puede utilizar a sus alumnos como una prolongación de sus ojos. De algún modo, esos alumnos son lo que hoy llamaríamos drones, son prótesis que le permiten ver. Claro, en este caso se trata de drones culturales. Ese tema me apasionaba: cómo alguien puede ver de manera diferida, delegada, a través de los demás.
Lo pensé como un relato —en aquella época yo básicamente escribía cuentos—, pero al volver a la clínica sentí un impacto acumulado, inconsciente, de todo lo que había trabajado dentro de mí y advertí que eso no podía ser un cuento, sino que tenía que ser una novela. Aquel primer relato se llamaba "La vista de Suárez" porque era el nombre que le había puesto al médico y, mientras aguardaba para que me atendieran, por la megafonía llamaron a un doctor Suárez, lo cual me pareció un signo promisorio. Siendo yo supersticioso, sentí que era una señal para adentrarme en la novela.

‘El paisaje para mí es una pérdida, la pérdida del paisaje original’
Entrevista a Yolanda Pantin, por Pamela Rahn Sánchez
Número revista:
8
Mi primer encuentro con la poesía de Yolanda Pantin surgió de un taller que tomé en 2016 con otro poeta y profesor venezolano, Samuel Gonzales Sejias. En él, nos sentábamos a discutir los poemas de Yolanda con una paciencia y un cariño muy bonitos. Este taller me dio la oportunidad de realmente adentrarme en su poesía, de escuchar sus imágenes leídas por otros poetas, estudiantes, profesores, amas de casa, cantantes, etc. Todos intentando descifrar o, más bien, apropiarse del misterio que hacía la poesía de Yolanda tan maravillosa, de todo lo que no decía, de la ausencia de la que hablaban sus imágenes y de cómo ella construía a distintas mujeres que eran ella, pero a la vez no. Disfrutaba de cómo, a veces, se burlaba de lo doméstico y cómo reivindicaba esa tristeza tan propia de la esencia femenina, llenándola de un cierto sin sentido que me hace sentir libre al leerla. Para estudiarla me compré uno de los tomos más grandes que tengo en mi biblioteca, su antología sacada por Pre-textos, titulada País. La vida de Yolanda y su familia fue una historia de ruina familiar, de dolor y de caballos muertos, que se fue transformando. Sus primeros libros tienen esa tradición fundacional de la construcción/destrucción de la casa, que es tan poderosa —resonó, además, con la historia familiar de mi padre y me conmovió profundamente—, así como la historia detrás del encuentro del letrero de Calicanto, la casa donde muchos de los grandes poetas venezolanos se reunían junto a Antonia Palacios a leer. Yolanda y yo nos hemos encontrado un par de veces, y siempre me sorprenden su humildad y sus descubrimientos. Es de esas poetas que no pierden la curiosidad y continúan creando porque encuentran cierta belleza —a veces pura, otras veces amarga— en lo mínimo. Creo que es algo que se nota en esta entrevista y en sus poemas. Espero que la disfruten.
Pamela Rahn Sánchez (PRS): Un poema tuyo que siempre genera mucho fervor y comentarios es “Vitral de una mujer sola”. Es casi un poema himno, como podría ser "Derrota", de Rafael Cadenas. ¿Te has llegado a hartar de ese poema? ¿Crees en los poemas himno o tus favoritos son esos poemas ocultos, que congelan un momento vital?
Yolanda Pantin (YP): Ese poema surgió de una manera espontánea, a partir de la imagen de una mujer que vi en la mente caminando por una calle de Berlín. Eran los años 80’ y la capital alemana era una encrucijada difícil. Yo no lo veo tanto, o nunca lo vi, como un poema himno, pero sí entendí que al leerlo en público movía a las mujeres presentes. Y pienso que la razón de esa conexión es la honestidad con que la fue escrito, siguiendo un impulso verbal, una cadencia, o una concatenación de hechos o de imágenes, detrás de esa mujer que iba sola caminando por una calle de Berlín. No me gusta tanto leerlo porque es muy largo y pierdo la inspiración o el aliento que hace falta para sostenerlo, pero entiendo que es importante para algunas mujeres por lo que resuena en ellas como espejo.

El cuerpo es un territorio político
Entrevista a Issa Aguilar Jara por Sandy Vallejo
Número revista:
8
Poliamor Town, así se titula el último libro de la poeta cuencana Issa Aguilar, quien, anteriormente, en Con M de mote se escribe mojigata ya nos había descolocado con su crítica a la sociedad curuchupa cuencana. En esta ocasión, describe a la mujer que ahonda distintas prácticas eróticas, el amor, los vínculos amistosos y filiales, en un país donde subyacen actos de pedofilia y xenofobia; a través de la voz singular, firme y descarada que caracteriza a su autora.
Sandy Mel Vallejo (SMV): ¿Cuál fue el primer impulso que originó la escritura de Poliamor Town?
Issa Aguilar Jara (IAJ): Tener algo que decir, ese algo que el periodismo muchas veces me lo impedía. Entre 2018 y 2019, tiempo en que fue escrito el libro, yo estaba trabajando en un medio de comunicación público, muy de cerca con temas de derechos humanos, y claro, vulneración de derechos. Cuando redactaba mis notas debía limitarme por aquello de la ética, la mal llamada ‘objetividad’ y demás. Poliamor Town me permitió juntar los pedazos que debía cortar de mis textos periodísticos, para convertirlos en poesía.

El museo de la novela
Entrevista a Diego Vecchio por Shubert Silveira
Número revista:
8
Diego Vecchio nació en Buenos Aires en 1969. Es traductor, ensayista y escritor. Tras finalizar sus estudios en Psicología se radicó en París, donde se doctoró en Literatura con una tesis que en 2003 se publicaría en forma del libro Egocidios: Macedonio Fernández y la liquidación del Yo.
Sus novelas y relatos derrochan humor, imaginación y creatividad, así como una original manera de convertir en literatura discursos tan heterogéneos como los de la medicina, psiquiatría, antropología, etnología o lingüística.
Su primera novela, Historia calamitatum (2000), aúna en una trama epistolar que se vuelve paródica, con formas literarias tan diversas y ricas como los relatos de viaje y las confesiones. Su libro Microbios (2006) es una obra excepcional que reúne nueve relatos sobre diferentes letrados que llevan su cuerpo como carga y distintivo; un canto a la anatomía que vuelve a la literatura enfermedad y a la enfermedad literatura. Con Osos (2010), Vecchio vuelve a desafiar las fronteras y la literatura se vuelve adorable y feroz en medio del insomnio, en un texto que narra el vínculo de un pequeño niño, Vladimir, con su oso de peluche.
Su última novela, La extinción de las especies, fue finalista del Premio Herralde en 2017 y en ella ficcionaliza el reverso del famoso tratado de Charles Darwin. Vecchio relata la obsesión por los museos, los fósiles, la taxonomía y el origen de la vida en el planeta.
En esta entrevista repasamos su obra, su vínculo con la literatura y las lenguas, así como su labor docente en la universidad Paris 8.
Shubert Silveira (SS): Cuando abordé tu obra me enfrenté a priori con un prejuicio, a saber: la figura del escritor argentino que vive en París. Ese prejuicio se llama Julio Cortázar. Pero basta leer una página de tu literatura para saber que tus libros están muy lejos de París y —hasta en gran medida— lejos de Buenos Aires. ¿Cómo te posicionas en relación con escribir lejos de Argentina?
Diego Vecchio (DV): Creo que es el mito del escritor latinoamericano más que argentino, pues es algo que funciona en Argentina pero también en los otros países, y es un modelo del siglo XIX y XX, cuando Francia —y París en particular— era una capital literaria. Entonces estaba este ritual o viaje iniciático de viajar a París y encontrarse con grandes escritores franceses. Hay una serie de escritores que comienzan [a hacerlo] en el siglo XIX y en el siglo XX. Está Cortázar; también está [Juan José] Saer que es, de alguna manera, el último escritor que encarna esta tradición. Porque hubo, a partir de fines del siglo XX, un gran cambio: ya no hay más capitales culturales. París dejó de ser una capital literaria. Por lo que el modelo funciona de una manera mucho más dispersa y con múltiples centros; o mejor dicho: ya no hay centro. Con Internet, da lo mismo estar en París o Buenos Aires como en cualquier otra ciudad. Todo está conectado de una manera virtual. Entonces, creo que este modelo donde había un centro y una periferia forma parte del siglo XX pero no del siglo XXI.




