diálogos - entrevistas

El poeta es el primero en poner la piel
Entrevista a Ernesto Carrión por Agustín Molina Arévalo
Número revista:
6
Se ensaya la voz una y otra vez, se la comprueba adherida, supuestamente auténtica en su tonalidad y engañosa, lo que genera la pálida idea de tener un cuerpo. Es extraño escuchar la voz que no es la tuya, sino la del micrófono. Hay veces en que se repite una palabra con tanta insistencia que comienza a sonar como una grabadora y la voz que creemos poseer empieza por ignorarnos. Aunque sea una entrevista por Zoom, el ansia de hablar con Ernesto Carrión es una realidad digital, pero realidad al fin. Sigo con el ensayo de la voz. Lo he leído en tantas condiciones que ahora, al tener la oportunidad de hablar con él, empiezo a condicionar esta voz ajena para que me obedezca. Ernesto se encuentra en Guayaquil y yo en Cuenca, supongo que tomamos la virtualidad como aliado para saltarnos los formalismos que harían de esta conversación una entrevista más. Cada uno desde casa sacados los zapatos, supongo que así es mucho mejor.
Tengo como tarea entrevistar a uno de los poetas más potentes del Ecuador. Cuenta con un trabajo poético tan abundante y tan distinto entre sí, que cualquier tema podría ser un residuo que decidimos seguir para llegar a su poesía, a su literatura. Tanto se ha escrito, que todo camino llevaría a esta misma conclusión: el corpus de la poesía se ha puesto por encima del corpus de la vida.
En otra realidad se empezaría describiendo el espacio físico donde esta entrevista se llevaría a cabo, se describiría la llegada del poeta a la mesa y se describiría su atuendo. Terminada la descripción, empezaríamos con el juego pregunta-respuesta-pregunta-respuesta. Pero ahora lo que nos queda es describir, por ejemplo, el color de mi computadora, el enredo sistemático de los audífonos, la redondez intimidante del ojo de la cámara. Por ese ojo de cíclope reducido después de encenderlo, Ernesto aparece, luce cómodo en su escritorio y con su micrófono silenciado; tal parece que la voz virtual de él lo ha traicionado, como a mi muchas veces lo hace mi voz original. Se va el silencio con apenas un clic y su voz viaja hasta mis audífonos. Ernesto saluda con mucha cordialidad y luce tranquilo detrás de su ojo de cíclope. La conversación empieza.
Agustín Molina (A.M): El otro día fui al lanzamiento del libro de Yuliana Ortiz y ella esbozaba al cuerpo como un modelo de la representación de la fragilidad. Eso me llevó a preguntarme: ¿Cuál crees que es el papel del cuerpo o de la corporalidad en la literatura latinoamericana y/o ecuatoriana? Esa duda te la traslado contemplando la variedad que existe, sobre todo, en obras escritas por mujeres donde se destaca este tema.
Ernesto Carrión (E.C): Para mí, el tema del cuerpo no es algo nuevo, atraviesa mi obra desde Monsieur Monstruo hasta Demonia Factory. En Fundación de la Niebla, justamente se menciona lo incorpóreo tratando de llegar a lo corpóreo. Me parece que han existido algunas emergencias en la literatura que han indagado también en la problemática, no solamente del cuerpo, sino de la sexualidad, etc. Todo lo que eso conlleva. Puedo pensar fácilmente en Jorge Eduardo Eielson, o en Reinaldo Arenas. Creo que, en el caso de la poesía, el cuerpo, sobre todo el cuerpo del poeta, siempre está presente. La poesía no es ficción y al no ser ficción se va a nutrir de la exposición que tenga el autor de su vida y de su cuerpo hacia el mundo. Ese destierro que siente el poeta puede ser un destierro mental, pero también puede ser un destierro físico. Eso va a aparecer siempre: esa búsqueda, el hallazgo, la casa, la madre, los hijos, todo el dolor de experimentar el cuerpo y la sexualidad de manera diferente, única y hasta repetitiva. Creo que, de alguna forma, el cuerpo está vinculado con la poesía desde siempre.

La palabra, un cianotipo
Entrevista a Anne Carson por Diana Torres
Número revista:
6
Anne Carson and I first met in 2014, on an orange couch on the second floor of my university’s library. I met her through Antigonick, and I’ve been reading her ever since. Carson is known as a poet, essayist, translator, librettist, and a Greek and Latin scholar. Her work is like the river of consciousness, seemingly going with the flow, but subtly going in different directions. I also associate her with something else. I found Nox in a small library, the volume standing upon the others on the table. I went through the book like I was committing a crime, eagerly flipping through it like a little girl. Around that time my sister died, and I found Nox as a book of fragments. The same fragments that I was going through. After some time reading Nox, Carson was my companion.
Here is a brief interview, answered with the delicate precision that Carson creates between the silence and words.
Diana Torres (DT): I have been fascinated by your work with fragments of ancient Greek authors and by your frequent engagement with texts from a variety of traditions. Why do you think it has been important in your work to have the dialogue with authors and figures that today most people would consider foreign to our modern sensibilities? What can we learn from them?
Anne Carson (AC): Why would we wish to persist within our modern sensibilities, which are evidently narrow, thin and corrupt? We can learn very little unless we go somewhere not defined by "like".

La novela: un mundo hecho de palabras
Entrevista a Javier Vásconez por Yanko Molina
Número revista:
5
Luego de una serie de dubitaciones y equívocos, después de haber recurrido y fallado en distintas plataformas, por fin puedo ver el rostro de Javier Vásconez al otro lado de la pantalla. Hubiera preferido hacer el mismo camino que he realizado durante los últimos años: atravesar el parque de Santa Clara, abordar el antiguo ascensor de puerta batiente y encontrar su cara mientras me abre la puerta de su estudio. Dentro, rodeados de libros, tomar un café —preparado ese mismo momento por el escritor— mientras conversamos.
Ahora, la pandemia me ha alejado de mis amigos y apenas salgo de casa. La virtualidad es apenas un esbozo terriblemente torpe de la vida afuera. La cara que veo me sorprende con los lentes que usa frente a la computadora. Veo a un anciano que sonríe, él también algo desconcertado. Pronto, esa impresión se disolverá con la vitalidad del diálogo, con la calidez que vence incluso la distancia. Javier es una persona apasionada, visceral, que puede parecer áspera al principio, pero que pronto se manifiesta hospitalaria y con quien la amistad florece fácilmente, siempre salpicada de polémicas, de discusiones interminables sobre literatura, incluso de desconcertantes exabruptos guiados por una incontenible pasión por las letras.
A sus espaldas, hay libros, retratos de escritores. No tardamos mucho en ponernos al día. Enseguida, empiezo a preguntar.
Yanko Molina (YM): Siempre me ha llamado la atención su vida, que es muy novelesca, en sí misma digna de un libro. En su nueva novela, aún inédita, se recrean algunos pasajes que recuerdan sus vivencias. Podemos empezar por ahí, por su infancia: usted jugó en la Circasiana; estudió en un internado en Inglaterra; visitaba la casa de sus abuelos, frente a la iglesia de la Compañía…
Javier Vásconez (JV): Efectivamente, el hecho de haber nacido en eso que podría denominarse ‘aristocracia criolla’, de esos funcionarios de origen noble que vinieron a las colonias, puede ser un privilegio. Mi madre desciende directamente de Juan Pío Montúfar. Sí, puede ser un privilegio, pero también es una maldición, en el sentido de que en un país con tantas diferencias sociales y culturales yo siempre he sentido mucha resistencia a todo eso.
Dejando a un lado estas cuestiones estrictamente personales y remitiéndonos a lo que de interesante puede tener el hecho de haber nacido y vivido en este grupo social, tal vez me dio una visión más amplia, más completa y compleja de la realidad. Nunca he creído que una estética pueda estar basada únicamente en asuntos locales. Creo que todo buen escritor apuesta, sin importar el lugar en el que nace, hacia algo mucho más universal, mucho más cosmopolita.
El escritor es siempre un rebelde con respecto al grupo en el que nace. No importa si es la burguesía, el proletariado o cualquier otro. Siempre hay una dosis crítica, que es lo que he desarrollado en mis novelas y mis cuentos. Conozco ese mundo, esa especie de decadencia que se viene dando en este grupo social; y la he utilizado a través de elementos góticos, casi de novela negra. Yo he utilizado literariamente esos ambientes, esas casas antiguas, como la de los abuelos en el Centro, que estaba justo frente a la Compañía, la típica vivienda colonial de tres patios, oscura, húmeda, llena de fantasmas, de historias. En ese sentido, también he sido un privilegiado.
Pasé parte de mi infancia en un colegio inglés (Mount Saint Mary´s College, en Chesterfield, Inglaterra), donde por cierto descubrí que el Ecuador no existía, que era muy complejo ser ecuatoriano porque para ellos yo no podía ser sino español, lo cual me daba una enorme rabia… Desde ese momento me di cuenta de las limitaciones de nuestro país. La experiencia estrictamente humana de la violencia que significa penetrar en otra cultura, de golpe, a los 11 años, con otra lengua, otras costumbres, otra forma de pensar, fue todo un proceso de adaptación, de aprendizaje, pero que también puede verse de manera positiva: hay ciertas cosas que me dio ese colegio —e Inglaterra— que agradezco infinitamente. Me enseñaron un enorme respeto por la naturaleza. Hacíamos largos paseos buscando pájaros, plantas. Eso me enriqueció. Lo mismo ocurrió con la lectura: los libros no eran una moda ni algo que nos convertía en niños bien educados que repiten historias, los libros representaban una aventura. Se hacían discusiones apasionantes sobre Stevenson, Chesterton o cualquier otro. Los chicos se ponían abiertamente de parte de un personaje o de otro. Era una cosa viva, no académica. Así aprendí a leer.
Yo crecí en una casa llena de libros y eso sí fue un privilegio, más que ninguna otra cosa. Eran parte del mobiliario, de la vida cotidiana. Había una libertad absoluta para leerlos. Yo no crecí con esa obligación espantosa de leer literatura ecuatoriana. Tuve libertad de leer autores de nuestro país como de cualquier otro, sean estos rusos o franceses. Así me di cuenta de sus limitaciones y también de sus alcances.

El poema, un artilugio de la esperanza
Entrevista a María Auxiliadora Álvarez por César Eduardo Carrión
Número revista:
5
Son pocas las ocasiones en que los lectores de poesía tenemos la suerte de conocer personalmente a quienes están detrás de aquellas grandes firmas y libros que nos atrapan y cambian la vida para siempre. Son más escasas aún las oportunidades que tenemos de encontrar en esas figuras a grandes personas: hospitalarias, generosas, solidarias. Son muchas menos las veces en que de esos encuentros se derivan coincidencias vitales, que van más allá del contacto que tenemos a través de los textos, de las palabras que nos unen en comunidades impensadas, en colectivos espontáneos, sin banderas, sin territorios. He tenido la suerte de conocer personalmente a una de mis poetas predilectas, cuya obra conocí hace muchos años, y cuyos versos han constituido para mí una valiosa compañía en tiempos de incertidumbre y pesimismo. De ella aprendí que el poema puede ser un cuerpo doliente, pero también un mecanismo de sanación, un procedimiento, un artilugio de la esperanza. Se trata de María Auxiliadora Álvarez, a quien vi por primera vez en Cuenca, cuando ambos fuimos parte del jurado del Festival de la Lira, uno de los certámenes literarios más relevantes del Ecuador. Conocedora de esta amistad y mi admiración por su obra, la revista Elipsis nos ha invitado a dialogar, a la distancia y de forma telemática, para intercambiar opiniones sobre su obra literaria, y sobre el sentido y lugar de la escritura poética, al cabo del primer año de la crisis pandémica, que inaugura la segunda década del siglo XXI. Este es el resultado de aquella conversación, con una de las poetas latinoamericanas más importantes del cambio de siglo.
César Eduardo Carrión (CEC): Es indispensable que recordemos que tu nombre irrumpió en la escena literaria latinoamericana con un libro que regresó la mirada sobre, por decirlo de alguna manera, los rigores naturales que someten el cuerpo de las mujeres a cierto tipo de dolor, quizá de forma exclusiva y excluyente. En los versos de aquel poemario inaugural, Cuerpo, de 1985, habla el cuerpo preñado y el cuerpo en labor de parto, aquel que brinda vida exponiéndose a la inminencia de la muerte. ¿Crees que ese tipo de dolor —que solamente las mujeres son capaces de experimentar— es el que transmite a esos poemas una sintaxis particular de versos desgarrados, de pausas largas, de ese ritmo detenido y enfático?
María Auxiliadora Álvarez (MAA): Ese poemario está cumpliendo cuarenta años. Parece mentira, fue publicado en 1985, pero fue escrito en 1981. Viví fuera de Venezuela casi toda mi vida. En esa época me había casado y regresado a vivir a Venezuela; fue cuando nacieron mis tres hijos. No había conocido el servicio público de hospitales hasta ese momento de mi vida. Yo tenía veinticuatro años, fue cuando nació mi segunda hija. Había vivido en otros países, mi padre era diplomático y habíamos crecido en un mundo totalmente diferente. Al modo un poco filosófico de Simone Weil, yo me sentía demasiado privilegiada. Estábamos recién graduados, mi esposo y yo, y pensé: “Bueno, por qué no ir a un lugar público, por qué tiene uno que tener una vida fuera de la realidad, con tantos privilegios”. La verdad me parecía más justo, como cuando, mutatis mutandis, Simone Weil fue a trabajar en las fábricas para conocer la vida en realidad. Pero lo que encontré fue un mundo dantesco; el cuerpo al que yo me refiero era el cuerpo social, era el cuerpo del dolor humano. La anécdota es la maternidad y el parto. Pero el esqueleto, la base era la crítica al sistema, porque vi que no había auxilios, no había medicinas. A los médicos no les importaba lo que estaba pasando. Todos esos poemas no se refieren a la negación de la maternidad, ni al aborto, ni a las laceraciones del cuerpo. El cuerpo es un símbolo. Habría podido ser cualquier otra circunstancia o experiencia límite. Podría haber sido escrito en una cárcel, podría haberse escrito en cualquier escenario relacionado con los límites de nuestra condición, y los límites injustos, los límites económicos, los límites culturales; no los límites naturales. Ese libro rompió con lo que yo venía escribiendo. Ya tenía varios años escribiendo, poemas de juventud, líricos, soñadores, tradicionales en cierto modo. Pero esta experiencia rompió la estructura de mi mente; no de mi gramática, no de mi verso, sino de mi persona. Yo no estaba preparada para ver lo que vi, para conocer lo que conocí. Se puede decir que ese libro representa un paréntesis del estupor. Es el descubrimiento de la vida, del dolor, de lo que no podemos modificar pero igual duele, igual asombra. Creo que nunca me recuperé de esa experiencia. Toda mi poesía quedó quebrada para siempre.




