diálogos - entrevistas

Habilidad con los caballos: el galope como vuelo
Entrevista a Roy Sigüenza por Luis Fernando Fonseca
Número revista:
4
La poesía reunida de Roy Sigüenza (Portovelo, 1958) apareció bajo el título Habilidad con los caballos (Severo editorial, 2020), pues su galopar inició en 1990 con los 25 ejemplares en facsímil de Cabeza quemada que él mismo imprimió y distribuyó. La marcha continuó con Tabla de mareas, Ocúpate de la noche, La hierba del cielo, Cuerpo ciego, Cuatrocientos cuerpos, Apuntes de viaje a Nurdu y los recién publicados versos de Memorial de la boca.
“Un poeta lojano había leído un versito de tres líneas mío –dice sobre “Piratería”– y con su entusiasmo de muchacho había salido a las calles de su ciudad a pintarlo, a hacer grafitis. Fue preso por ello”. Pero la experiencia del lector que lo había transcrito en un muro no fue traumática. Llamó a Roy y le contó que durante la semana que estuvo encarcelado hasta aprendió a jugar cartas.
“A cierta edad, toda experiencia es buena, por mala que sea”, sonríe el escritor que vive muy cerca del río Amarillo. “¿Por qué te llevan preso si pintas algo en una pared? ¿Qué tan peligrosas pueden ser las palabras?”, se indigna, pero luego recuerda que Cariamanga amaneció un día con las palabras “Iré, qué importa / caballo sea la / noche” a la vista de todos, y vuelve a reír.
Luis Fernando Fonseca (LFF): Antes de hablar de la relación de tu lírica con la música, el cine y otras artes, recordé que querías ser pintor. ¿Fue un deseo de infancia que conservas?
Roy Sigüenza (RS): Recuerdo que en la escuela había una clase que se llamaba Lugar Natal, ya no. Eso te permitía ir con tu profesora a recorrer tu parroquia, a los cerros, tenías que ir con un cuadernito y dibujar lo que veías.
Entonces, uno de mis acercamientos al arte fue el dibujo. Me gustaban muchísimo los colores, la pintura. Ahora, no digamos pintar, pero me gustaría incursionar en el cine. Mi profesora era una maravilla, le gustaba mucho la poesía. Entonces era una experiencia que iba más allá de lo normal. Aparte del dibujo, hacía apuntes con la experiencia de reconocer el lugar. Eso fue maravilloso.

Sanguínea y el fluir de la palabra
Entrevista a Gabriela Ponce por Andrea Torres Armas
Número revista:
4
Gabriela Ponce es, seguramente, una de las escritoras ecuatorianas con mayor proyección internacional. También es, con certeza, una de las más leídas casa adentro; que los lectores le hicieran ‘caída y limpia’ a la primera edición ecuatoriana de su novela Sanguínea (Severo Editorial, 2019) es apenas un indicador de la recepción de su literatura. Su obra dramatúrgica y su obra narrativa están mediadas por el cuerpo, la memoria, los fluidos y los afectos. En esta entrevista preparada especialmente para Elipsis, conversamos sobre algunas aproximaciones a su trabajo escritural.
Andrea Torres Armas (ATA): Sanguínea es una obra que trata de los fluidos (y del cuerpo: «hueso, carne y sangre») no solo cuando nombra a la sangre, el llanto, la baba, el agua —«infraestructura hidráulica», dice el crítico literario Fernando Montenegro—; sino que también sostiene como principio la fluidez de la palabra desde la construcción sintáctica. ¿Cuál es tu aproximación al uso del lenguaje?
Gabriela Ponce Padilla (GPP): Cuando escribo ocurre algo imprevisto, algo con lo que la escritura me sorprende. Una extrañeza que obra, en gran medida, como un impulso que decido intuitivamente seguir. Cuando empecé a escribir Sanguínea, lo hice a partir de una emoción visceral y una serie de imágenes que quería desplegar de cierta manera. Y cuando la escritura arrancó, instaló, desde el inicio, una forma que, consecuente con ese afecto, le dio a la escritura un ritmo particular: una pérdida que era un flujo, una pérdida que se desbordaba.
Lo que me interesa del lenguaje es su vitalidad. El modo en el que logra capturar un habla más viva que correcta, una escritura más cercana a la oralidad, una lengua situada, contaminada, real.

La poesía va por los márgenes y los reversos de la escritura
Entrevista a Jorge Boccanera por Juan Suárez
Número revista:
4
Sobre mi mesa, el libro abierto. Releo las palabras de Jorge Boccanera centelleando en un poema semejante a una navaja. El poema habla de una mujer joven atrapada en estrechas paredes. Las fibras de la quietud ceden ante el corte que ejecutan sus versos con la maestría de quien está acostumbrado a defenderse. Por las páginas del libro el ritual se repite: afilado asombro, sacudida, pregunta, y la familiaridad del poema. Conocí a Jorge Boccanera hace dos años, aquí, en Ecuador, en aquellos tiempos que ahora se me antojan más luminosos en las conversaciones y en las largas caminatas. El poeta venía como uno de los homenajeados del festival de poesía Paralelo Cero; cruzamos algunas palabras, un intercambio tímido (por mi parte) de libros; un consejo repartido generosamente por él y acogido silenciosamente por mí. Su poesía es, desde entonces, un lugar de aprendizaje y de asombro.
Con su lírica que está vestida de una necesaria solidaridad y recubierta de un claro compañerismo, con su palabra que conoce el momento preciso para el humor y para la ironía, con sus versos que se exploran a sí mismos y buscan ese material misterioso que hace al poema, con su frescura, añoranza y curiosidad –ecos de una vida originada en puerto–, el nombre de Jorge Boccanera se alza como una de las voces más importantes de Argentina, de América Latina y de nuestro idioma Español.
Aquí una breve entrevista que nos acerca su obra que nos recuerda “una cifra tristísima de gente que no está” y sus palabras que “rayan el muslo del silencio”.
JS: Quien lee tu obra en conjunto puede notar que en gran parte de ella muestras interés por definir la relación que tiene el poeta con la palabra y la poesía misma; relación que parece tener dos momentos. En principio, tu voz poética busca hacer de la poesía una herramienta; recuerdo los versos: «Hay que incendiar a la poesía/y cantar luego/con las cenizas útiles», y estos: «Este es un poema tirado por caballos/ vean arder mi látigo sobre el viejo tambor de la poesía». El poeta sujeta las riendas del poema persiguiendo un cierto objetivo. Pero en un segundo momento de tu obra prefieres el recato: «con mi hocico escarchado poco puedo decir./ Para ella los aplausos»; el poeta se vuelve un escucha de la poesía antes que alguien pretendiendo guiarla como se guía un carromato. Me surgen dos preguntas: ¿por qué sucede este cambio en tu relación con la poesía? y, actualmente, ¿tu relación con la escritura se acerca más al trabajo de guiar el carro del poema tirado por salvajes caballos o al acto —quizás menos eufórico, más paciente y pasivo— de arrojar el anzuelo a la boca de la «sordomuda» poesía?
JB: Es exactamente así. Desde Sordomuda, mi octavo libro editado en 1991, la metapoesía pasó a ser uno de los ejes. Se pude observar incluso en títulos que le sucedieron: La poesía se come cruda, Monólogo del necio y las antologías personales Poemas tirados por caballos, Ojos de la palabra e incluso en la antología reciente Tráfico / Estiba, que reúne mis once libro publicados y alude en las correspondencias subterráneas del hecho creativo, el “tráfico” de significados, de símbolos, etc; y a la vez el trabajo, esa “estiba” que alude a llevar la carga y acomodarla. Aunque no creo que el tema se abra en dos líneas diferentes; son variaciones de lo mismo que, hay que decirlo, es un tema muy utilizado dentro del género. Quizá lo que diferencia a mis textos sea el tratamiento. La metapoesía aparece las más de las veces a cargo de estructuras lógicas y esquemas conceptuales, mientras que en mis libros casi siempre la poesía aparece personificada.

Una poesía de las cosas concretas
Entrevista a Juan José Rodinás por César Eduardo Carrión
Número revista:
3
Juan José Rodinás es uno de los poetas ecuatorianos más notables de los últimos años. Ha obtenido premios dentro y fuera de su país, su obra ha sido reseñada y antologada dentro y fuera del continente, y sus poemas se han traducido a varias lenguas. Su nombre está vinculado a una nutrida promoción de escritoras y escritores ecuatorianos, cuya notoriedad ha roto las barreras geográficas y políticas de la nacionalidad, y ha empezado a remontar los límites de la lengua española. En este diálogo, preparado especialmente para la revista Elipsis, realizamos un sobrevuelo a su vertiginosa trayectoria, mediante un acercamiento a sus ideas sobre el oficio de la escritura poética, la naturaleza del poema, el significado de lo poético y su trascendencia.
César Eduardo Carrión (CEC): Tuve la oportunidad de conocer tu primer libro hace un par de décadas y, motivado por ese encuentro, promover la publicación de algunos de tus primeros poemas en la revista País secreto, que editamos en Quito junto a varios colegas durante los primeros años de este siglo. Entre aquel suceso y estos días de crisis pandémica, han ocurrido muchos eventos que han transformado la escritura y recepción de la poesía en general y, en particular, de los escritores nacidos en el Ecuador. ¿En tu criterio, cuáles son los cambios más importantes que hemos experimentado como lectores y escritores en estas dos décadas, y cómo cambió tu manera de concebir la poesía y escribir poemas?
Juan José Rodinás (JJR): Yo comencé escribiendo cuentos fantásticos y de humor negro en el taller que dirigía Abdón Ubidia en la editorial El Conejo. O sea, he escrito cosas desde la infancia, pero creo que esos son los primeros recuerdos de algo que tenía un cierto valor literario. Ojalá en algún momento me atreva a retomar ese impulso. Y, bueno, paralelamente escribía poemas para mí, casi por capricho y necedad, que solo conocían algunos amigos de una tertulia pequeñísima. En algún punto ambas cosas chocaron, colisionaron, colapsaron y empezaron a aparecer esos poemas lacónicos de mi primera plaqueta (Intención de Sombra) que es a la que te refieres. No creo que sean poemas muy singulares, pero sí eran buenos poemas. Y sintonizaba con el enfoque neosimbolista de País Secreto.




