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Apología de 'The Wire' desde el infierno del odio

Actualizado: 7 jun 2022




Estamos en una ciudad portuaria del Pacífico, donde la violencia se ha disparado a causa del narcotráfico. No, no hablo de Guayaquil ni de ninguna ciudad costera del Ecuador. Me refiero a Baltimore, el espacio donde se desarrolla la acción de The wire. En el primer capítulo de la serie, que en junio acaba de cumplir su vigésimo aniversario, se nos presenta la escena de un crimen cometido en una de las tantas calles de la ciudad. Desde ahí y a lo largo de cinco temporadas iremos conociendo la geografía de Baltimore, que se desplegará ante nosotros como el mapa de un videojuego a medida que se explora el terreno.



Tal como apunta Jorge Carrión[1], es indudable que The wire se decanta por un protagonista colectivo, pero, asimismo, es evidente que el personaje emblema e hilo conductor de la serie es Jimmy McNulty. Son las andanzas de este policía terco, con una vida desordenada, las que nos conducen de la calle a la que ha sido llamado para indagar los motivos del asesinato en el primer capítulo, descubriendo toda la ciudad en el intermedio, hasta la autopista de retorno a Baltimore en el último, desde donde contempla en un chispazo el destino de todos los personajes que —a pesar de nuestra fe, reparo o desconfianza en ellos— van a repetir el mismo ciclo de violencia y mentiras que ha propagado el narcotráfico.


Jimmy es un personaje complejo, lleno de contradicciones, como la misma ciudad de Baltimore. Por un lado, encarna al policía correcto, incapaz de recibir un soborno, de la misma estirpe de Frank Serpico. Por el otro, para compensar la frustración que le genera la inoperancia del departamento de homicidios donde trabaja, se deja arrastrar por vicios y pasiones que le impiden llevar una vida de padre responsable y marido fiel. Es como si necesitara zambullirse en las marismas pestilentes del puerto (sin aproximarse a las drogas, claro, solo bebiendo alcohol hasta perder la conciencia y teniendo sexo desenfrenado…) para emerger de la podredumbre y luchar contra el mercado de las drogas ilegales.


Dos modelos de policía para Jimmy McNulty: a la izquierda, al Pacino en el papel del incorruptible Frank Serpico, y a la derecha, Gene Hackman como el ardoroso y vehemente Jimmy “Popeye” Doyle, trasunto de Eddie Egan, en The French Connection.


Jimmy, como sus compañeros, es un representante de la Ley. Así, en mayúsculas. Su contraparte está conformada por los narcotraficantes, los dueños de la Calle. En los conflictos entre ambas partes, que se rigen por las reglas de lo que han dado en llamar the game, se desenrolla el argumento de la serie. Para añadirle profundidad y verosimilitud, otros personajes se alternan y aparecen con cada temporada, caracterizadas por abordar una temática social específica: la primera trata de la vida en los guetos, la segunda de las transacciones ilegales del puerto, la tercera de la política, la cuarta de las condiciones de los niños y jóvenes en las escuelas públicas y la quinta de la redacción de un diario.


La misma voluntad de erigir una estructura bien definida, que además es un universo en constante expansión, prueba el alto valor narrativo de The wire. David Simon, un antiguo reportero policial de The Baltimore Sun, y Ed Burns, un detective de homicidios y profesor de escuela retirado, son sus creadores y principales guionistas. En la serie se observa la influencia sin presunción que han ejercido sobre ellos grandes escritores como Kafka y Dickens. En sus declaraciones[2] confiesan su gusto por los clásicos griegos y las novelas policiales.


Quiero detenerme en el uso de la ficción en The wire. Su genialidad radica en que los mismos personajes la utilizan para elaborar sus mentiras y mover los engranajes que les permitirán continuar en el juego. Se trata de un recurso analizado y criticado por Ricardo Piglia, sobre todo en lo que se refiere al secuestro de la literatura por la política para engatusar o desviar la atención de la gente, por lo que no resulta asombroso que en los últimos apuntes de su diario se refiera con admiración a la serie.


Pero en la última temporada de The wire no solo los políticos, sino los reporteros, policías y criminales moldean la ficción según sus necesidades para convencer a sus respectivas audiencias. Entonces tenemos a Thomas Carcetti, alcalde de Baltimore, luchando contra el gobernador de Maryland por una causa inventada para optar en el futuro cercano a la gobernación. Peleas mediáticas como las que vemos a diario en el Ecuador entre el poder ejecutivo y el legislativo, entre el presidente y la alcaldesa de Guayaquil, entre una banda de delincuentes y otra, por no hablar de las redes que se tejen entre ellos, de las que no sabemos nada o que apenas podemos entrever.


En la década del treinta del siglo pasado, F. S. Fitzgerald intuyó que lo mejor de la literatura se había trasladado al cine. En los últimos apuntes de los diarios de Emilio Renzi (álter ego de Ricardo Piglia), al hablar de The wire se insinúa que esa tendencia ha recalado en las series de televisión. Las declaraciones de David Simon y Ed Burns prueban cierta tendencia, deliberada o involuntaria, de escribir cada temporada como si fuera un libro. A veinte años de su estreno, con el repunte de la desinformación debido al mal uso de la tecnología y los crímenes violentos por el narcotráfico, no tiene nada de extraño que The wire sirva de paradigma de verdadero arte y que mantenga su vigencia (sobre todo en el país imaginario donde las redes de corrupción escalan desde el policía pedestre hasta los funcionarios políticos más encumbrados), pues posee el mismo regusto atemporal de las auténticas obras maestras.



[1] Jorge Carrión le dedica a The Wire un capítulo de su libro Teleshakespeare. Hace un análisis lúcido e inteligente de la narrativa de la serie.


[2] Puedes leer la entrevista del 31 de mayo, actualizada el 2 de junio, hecha por Jonathan Abrams a David Simon y Ed Burns para The New York Times. https://www.nytimes.com/2022/05/31/arts/television/david-simon-ed-burns-the-wire-anniversary.html




Mauricio Zuleta (Quito, Ecuador, 1995)

Magíster en Literatura con mención en Escritura Creativa por la Universidad Andina Simón Bolívar (UASB), sede Ecuador, y licenciado en Comunicación con mención en Comunicación y Literatura por la Pontificia Universidad Católica del Ecuador (PUCE).


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