Narrativa

Síndrome
Iliana Vargas
Número revista:
7
Hacía poco que me había ido a acostar. Estaba cansada; había bebido lo necesario y al día siguiente tenía que ir a la oficina. Él acababa de regresar de la tienda con un nuevo paquete de cervezas y seguía bebiendo y escuchando música. Yo no entendía su necedad, no entendía por qué no había sido suficiente la celebración en casa de mis padres.

Antes de ti, un gato
José Aldás
Número revista:
7
Michel salta desde el altillo de la persiana y, felinamente, cae sin hacer ruido sobre los montones de costales que se apilan sobre el piso del laboratorio. Mira al impresor –viejo conocido suyo– temblar y lanzar cosas al aire caminando de aquí para allá, levantar envases de cristal con panza grande y papeles con símbolos que a Michel le causan atracción; busca algo pero no lo encuentra...

La búsqueda es un encuentro
José David Gómez
Número revista:
7
Era una mujer dulce, de aquellas que son capaces de detenerse en medio de la calle para ver cómo una flor le ha abierto una herida al pavimento a punta de pura tenacidad. Era una mujer tranquila, de las que se esconden de la lluvia solamente después de haberla sentido en las manos, de aquellas que toman el sol recostadas en el césped de cualquier parque con una sonrisa clara y los brazos abiertos.

Complejo residencial
Karla Armas
Número revista:
7
Por fin llegaste a matarme. Imagino tu cara de espanto al encontrarme sin vida. Llevo así mucho tiempo. ¿Te acuerdas que lo predije? Lo grité una noche mientras bailabas desnudo en la sala. Tuve que pararte en seco para vomitarlo todo. No me creíste. Pero eso no es raro.

El hombre que se robó a sí mismo
Daniel Arella
Número revista:
7
Antes de comenzar —por un extraño padecimiento— a robarme a mí mismo, sufría de una refinada cleptomanía de objetos únicos —mayormente pequeños— que metía en mis bolsillos sin ser visto, mientras estaba de visita en hogares donde había sido invitado.

La cloaca
Ana Lucía Granizo
Número revista:
7
Me gustaba viajar en la noche, el aire gélido del Chasqui entrando por la diminuta rendija de la única ventana que papá me dejaba abrir. Achachay, decía, hoy cae helada. Yo pegaba mi mejilla al vidrio tratando de contar los árboles de pino que —según papá— arruinaron el clima de Latacunga.




